Es jueves y son las seis de la tarde. El mail está lleno, en la hoja de mi agenda no cabe un pendiente más, Ramsey rasca la puerta porque necesita salir a caminar, mi estomago truena porque no me dio tiempo de comer.
¡Mi cabeza va a explotar!
Decido tomarme un break y salir a caminar. Le pongo la correa a Ramsay y bajo al jardín de mi edificio. No hay ni un alma en la calle, no importa, se disfruta más el aire.
Despejada regreso a mi lugar, la silla con rueditas que ya quería regalar al fin sirvió de algo. ¡Gracias cuarentena!
Un poco de música para concentrarme. ¿Qué tal algo de Chopin? No, mejor Tchaikovsky. Sí, Tchaikovsky.
Mis vecinos duermen, Ramsey se acuesta en mis piernas y yo vuelvo a trabajar. Miro el reloj… ¿Veinte para las ocho? ¡CARAJO! Más estresada que antes, bajo el volumen y me concentro. Todo está en silencio, solo escucho a los grillos de cada noche. Ya son las 8 y todo avanza bien. De pronto…
Comienzo a escuchar ruidos extraños, parece que arrastran sillas en el departamento de arriba. Después de un rato, comienzan a golpear. No sé qué está pasando, mis vecinos… ¿Estarán remodelando? No importa, seguiré trabajando.
Dan las nueve y recibo una llamada de mi jefe, hago las entregas que faltan para hoy y me dice que me vaya a descansar; apago todo y me voy con Ramsey a acostar.
Prendo la TV para arrullarme y bajo casi todo el volumen, comienzo a bostezar y, entonces, vuelve el ruido. Ahora parece que arrastran la alfombra de un lugar a otro, se escucha un “pum, pum”. Lo ignoro y me dispongo a dormir. Se escucha un grito: ¡Ahhhhhhh!
Me levanto de un jalón y pienso: ¿Estarán bien? ¿Necesitarán ayuda? Después de un par de minutos, el ruido se calma y me voy a dormir.
Es viernes, casi son las ocho de la noche y estoy en el mismo lugar que ayer.
Me levanto de la silla a estirar las piernas y, de repente, los mismos ruidos de anoche. Pareciera que es una alarma que en punto de la misma hora comienza a sonar. ¡Qué extraño! Los mismos golpes, gritos, ¡no sé qué pasa!
Llega el sábado y comienza igual, a la misma hora, los mismos ruidos… ¡No puedo más! Iré a investigar.
Le pongo a Ramsey la correa, tomo mis llaves, un cubrebocas y gel antibacterial. Subo las escaleras y justo cuando estoy llegando a la puerta, escucho a la misma mujer gritar:
¡Ahhhhhhh!
Estoy nerviosa, no hay nadie más afuera y no sé qué me espera detrás de esa puerta. Espero unos segundos, respiro y me armo de valor. “Toc, toc”, toqué la puerta.
Escucho voces. Daré la vuelta y me iré por donde vine. Estoy nerviosa. “¡Ramsey, vámonos!”
Antes de poder voltear, abren la puerta. Sale una chica delgada y ejercitada, llena de sudor. Es mi vecina, no la conocía.
– ¡Hola! ¿se te ofrece algo?
Miro al fondo y veo un chico igual de sudado, los muebles juntos en una esquina de su sala y su pantalla con un video de “yoga en casa” reproduciéndose.
¡Qué pena! Trago saliva y solo me queda contestar:
– Hola, ¿tendrás un poco de alcohol? Se me terminó y en la farmacia ya no hay.
Es lunes, son las ocho de la noche y mis vecinos ya comenzaron su clase de yoga.