De pronto despierto sudando, corro a la habitación de mi hija y la veo dormir, como padre sobreprotector me acerco lo suficiente para ver si respira, salgo de ahí y me dirijo al cuarto de mis papás, escucho sus ronquidos metros antes de llegar a su habitación lo cual me deja tranquilo, traigo la boca seca, muy seca.
Pero, ¿qué soñé? me pregunto, “¡pinche cuarentena!”, camino a la cocina buscando algo que tomar, mientras voy forzando a mi mente a recordar y comienzo a recordar.
En mi sueño estaba en la acera de una calle, una que no conocía, recuerdo que alguien me decía con voz fuerte, “¡debes quedarte en tu casa, pinche inconsciente!”; yo no entendía, no entendía por qué no estaba en mi casa.
Caminé una cuadra, dos, tres y nadie en su auto me recogía, de pronto en un semáforo se para un auto, corro a él y le digo “señor, ayúdeme, no sé en dónde estoy y debo llegar a mi casa”
se arranca despavorido y se va, sigo caminando tocando todas las puertas posibles, todos me ven pero nadie me abre, me dicen que soy un inconsciente, que debo estar con mi familia y recuerdo que tengo familia; sin pensar en el transporte y entendiendo que nadie me va a recoger ni a ayudar, pego la carrera para encontrar mi casa, el camino es largo pero en un momento me llega un rayo de claridad, “ya me ubiqué” pienso, mientras noto a una persona a mi lado, es diferente a las otras que me he encontrado, lo noto porque cuando le hablo no me rechaza.
Comenzamos a platicar “oye ¿cómo llegaste acá?” Le pregunto a Juan, porque se llamaba Juan, me lo dijo su pin en la camisa, “pues yo aquí estoy sin saber por qué estoy en la calle, tengo una familia que me ama, mira, ella es Renata, mi hija”, me dice mientras me enseña una foto de una hermosa niña, y al momento me dice, “perdón, me tengo que ir”, sale corriendo en ese momento y sin poder pararlo solo le grito, ¡cuídate! Sigo caminando, el aliento se me acaba y la saliva también, sigo tocando en todas las puertas que encuentro y nadie me abre y ahí… ahí es cuando despierto.
Con una sed endemoniada me dirijo a la cocina y pienso “qué bueno es estar en casa a salvo, con mi niña, mi mujer y mis viejos”, qué alivio. Llego a la cocina, con la boca más seca aún y al abrir el refrigerador me doy cuenta que no hay jugos de los que me gustan, “¡puta madre!” y después de un largo momento de silencio pienso, “pero claro, está Rappi, Uber Eats y todas las aplicaciones de mi cel.” y en ese momento reflexiono que al pedir algo en esas apps, pongo a alguien en la calle; yo, el puritano que dice en Facebook, “pinches pendejos, quédense en casa” y, me doy cuenta que soy igual de pendejo que las personas a las que critico.