Ese día lo recuerdo perfectamente bien, sabía que todos los días siguientes iban a ser igual o muy parecidos hasta que acabara la cuarentena.
Pero vayamos unos días atrás, a los días “normales” y completamente rutinarios…
Despierto desde las cuatro de la mañana, ahí empezaba el día. Para muchos, esa hora era su quinto sueño pero yo ya estaba listo para “perseguir la chuleta”.
Bendita media hora de camino desde casa a la oficina, son las cinco de la mañana y puedo dormirme dos incómodas horas en el coche, pero créanme, valía la pena en lugar de desgastarlas manejando.
Son las siete de la mañana y ya estoy listo para ir al gimnasio a unas cuadras de mi trabajo, tengo tres horas para despertar mi mente y cuerpo intentando estar “mamadísimo”, aunque sabía que eso no iba a pasar.
Disfrutaba mucho hacer ejercicio, la ducha acompañada con 15 minutos de vapor, ufff, ¡qué delicia! Ahí ya empezaba lo bueno, llegaba feliz a la oficina, con energía, con ganas de ver a mi equipo y escuchar música mientras nos llegan bomberazos de un chingo de cuentas que llevábamos.
Después de tres meses haciendo esa rutina, a pesar de las madrugadas, desvelos y tráfico, era feliz… claro, no estoy diciendo que lo extrañe pero, eso era mi vida, a lo que estaba acostumbrado.
Recuerdo perfectamente que se empezaban a escuchar rumores sobre el coronavirus y seguro que no fui el único en decir: “Ese virus será como la influenza de hace unos años”, “pasará rápido, solo serán unos días de prevención”…
Acto siguiente: “¡MADRES!” ¡Home office por lo menos un mes! ¡¿Qué chingados está pasando?! ¡¿Qué chingados va a pasar!? Entré en shock y no podía asimilar el pedo que había.
De camino a casa, empecé a relajarme, puse algo de música y pensé en todas las cosas buenas que esto iba a traer, dormiré más tiempo, tomaré cursos por internet o veré a mi familia todos los días…
¡¿QUÉ?! ¡¿Ver a mi familia 24/7!? No digo que sea malo pero, ¡tiene años que no pasa eso! Desde que comencé a trabajar los veo muuuy poco, espero no me desquicien mis hermanos con sus gritos mientras juegan en la madrugada.
El día uno fue un giro de 360º a lo que estaba acostumbrado…
Sabía que convivir todo el tiempo con mi papá podría llegar a ser complicado, tenemos el carácter exactamente igual y vaya que hemos discutido por pura pendejada. Hay veces que creo que piensa que estoy de vacaciones y quiere que estemos haciendo limpieza, que le ayude a acomodar la bodega o cosas así.
Mis hermanos han sido completamente todo lo contrario a como imaginé, todo el tiempo están viendo cómo trabajo, ponen atención a las juntas por Skype que llego a tener y hasta dicen que quieren un trabajo como el mío. Vaya que les falta mucho por vivir…
Estuve tres semanas en casa de mi papá y sé que muchos pensarán que fueron pocos días, pero para mí fueron suficientes. Días de juegos de mesa, películas en la sala con botanas y cervezas, esos momentos eran realmente buenos pero, no era a lo que estaba acostumbrado, necesitaba mi espacio, mi cama o que Ramiro (mi perro) estuviera pegado todo el tiempo a mí.
Ahora que estoy en casa, con mi mamá, mi hermana Renata, mis abuelitos, sí es como estar de vacaciones, todo es más “relajado”.
Obviamente extraño esos días con mi papá, pero no es malo hacer los cambios necesarios para que no se sienta una “cárcel”.
Estos días que no he salido para nada, me han servido para reflexionar, valorar y hacer todas esas cosas que antes por tiempo o lo que sea, no podía hacer. Que el sentir que algo no va contigo, le des vuelta hasta que te hagan sentir bien sin afectar a nadie.
Me han servido para darle un valor distinto a la convivencia con mi familia, estoy conociéndola más a fondo, ahora sé qué es lo que les gusta, lo que no y un millón de cosas más.
Me he enfocado en cosas que de verdad son importantes y procuro no desgastarme pensando en problemas. Ya cambié de “look” como tres veces, le he enseñado a cocinar a mi hermana, mi abuelito me cuenta historias de su infancia y hasta he aprendido un idioma nuevo.
No hay que dejar que un jodido virus nos chingue la vida, aprovechemos el tiempo que tenemos para dejar de pensar en él y hagamos cosas nuevas, cosas que le den un cambio a tus días y démosle el tiempo y espacio a cada uno de nuestra familia, que seguramente, ellos también querrán hacer lo mismo contigo.
El día uno, un día para recordar.